jueves, 1 de mayo de 2014

Vasos de vino caliente

    A esa hora de la tarde, un feriado del 1 de mayo, el sol se cuela por las hendijas oxidadas de la ventana y pega de lleno en la mesa del bar. El hielo se derrite rápido y el vino se vuelve más áspero en La recova del Abasto. Los machos allí apostados, en las mesas derruidas con sillas desvencijadas, toman tinto barato con soda, para exorcizarlo y juegan a las cartas. La vida trascurre a otro ritmo en estos antros decadentes, la existencia no somete a prueba al espíritu; todo se dirime en la superficie. Una televisión chimentera de fondo, la intelectualidad como un concepto rancio, venido de otro mundo.

    Aquí no hay reviente, ni muchachos que veneren dogmáticamente al líder. El vino es vino con mayúsculas y la hombría, un asunto gregario, rústico, a veces monotemático. Ese es el dogma: el mundo no se arregla, se describe; la mujer siempre presente en charlas, miradas, recuerdos y llantos.

    "Vos sos San Martín y yo el Sargento Cabral. Ojo que si yo me corro, te pueden matar", alardea un sesentón canoso con la voz jaqueada por el pucho. "Perón puso un millón en la plaza y después dilapidó tamaño poder", arremete un taxista con voz enérgica. "Haceme caso a mi que yo soy viejo. Yo estuve allí", replicó el sesentón golpeando la mesa y dando por terminado el duelo verbal. Hace 40 años, el ya anciano General echaba a los jóvenes imberbes de la plaza.

    Hay pósters variopintos colgados de las paredes, un pizarrón borroneado sin menú a la vista; la fórmica de las mesas carcomidas raspan fiero al tacto. Al mediodía hubo locro y el aroma todavía sobrevuela el ambiente. Un peruano con la camiseta que Batistuta usó en la Roma, lleva y trae copas a los parroquianos sedientos, que ya a esa hora están de regalo. Un travesti rubio con medio cuerpo al aire se acerca a una mesa y pide fuego, mientras en una de las paredes, un bailarín de tango se abalanza sobre un cantante romántico latino en un par de carteles que amenazan con caerse sobre una mesa.

   De tanto en tanto, alguien se levanta y va al baño o a la vereda a fumar. De repente se arma una tertulia en la puerta y todos fuman y discuten sobre algún misterio del mundo. El barrio siestea tranquilo en feriado y la calma se altera por el acelere de algún 24 que dobla por Jean Jaurés.

    "Marlon Brando creyó tenerlo todo y los hijos se le suicidaron. Al final, no tenía nada", reflexiona el sesentón. A la noche hay fiesta criolla, anuncia un cartel raído. Una mujer enérgica, algo afónica, resulta ser la cocinera y se levanta de una mesa para ir a pelar cebollas. La olla está lista para otro guiso. 

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