Las raíces ajadas del lapacho prolongan su vida, hace casi
cuatro años que su corazón dijo basta una fría noche de julio. Pero este árbol,
con futuro de buen porte, resiste pese al clima y suelo equivocado. Quizás
preso del temor de ofender a quien lo obligó al exilio, el dueño de casa que
descansa a su lado. Terco si los había, Tucho se empecinó en traerlo desde el
norte, tal vez porque tener ese norte al lado, era una manera de estar con sus
orígenes, la cuna, allí donde de a poco se va cimentando nuestra identidad.
El hombre pensó ese espacio familiar lejos del ruido urbano,
bien cerca del verde, un vecindario acogedor con su calma bien pampeana impregnándolo
todo. Pararse en la mitad de ese extenso parque y mirar hacia el oeste, un
horizonte habitado por árboles, vacas, caballos y un molino campero, mientras
el sol se acomoda lentamente para desaparecer tras la arboleda del fondo, no
tiene precio, reflexionó: “no veo los nevados de la cordillera norteña, no me deleita el ocre permanente de esos paisajes, pero la libertad indómita de esos
lares reside en el verde infinito que me regala el campo de esta pampa”.
El minicomponente se emociona con The Beatles, “We can work
it out”, eso del amor tirado protestaba Angela en el conventillo de la avenida
Entre Ríos porque no entendía la devoción ciega de tantos adolescentes por esos
hippies flequilludos que cantaban en inglés. Fernet en mano, me
preparo como cada fin de semana, para el ritual del asado, haciéndome cargo,
quizás sin pretenderlo, de esa parrilla huérfana. Sin pensarlo, tal vez
impulso ciego, asumo ese rol que él siempre desempeñó con decoro en cada
reunión familiar de la casona de Sarmiento.
Tal vez sea una manera de sentirme cerca espiritualmente:
Tucho, el Lapacho, la parrilla y yo. The Beatles y los olores norteños, todo
concentrado en ese confín donde el otrora pueblo de Belén se desvanece ante la
pampa interminable, sin bordes. Somos hombres sin bordes, él y yo. Su epitafio no lo
reveló, pero hablo de un tipo que siempre desafió los límites, en una loca
carrera para sacarse de encima los mandatos que le caían sin pedir permiso. Un tipo rabioso
que halló refugio en el amor de familia, un bálsamo frente a la tormenta
permanente que dominaba sus días.