El gato tricolor duerme su siesta sin horas en la silla de
enfrente. De tanto en tanto, despierta bruscamente, alertado por algún ruido
extraño, o por una frenada sin filtro de alguno de los tantos colectivos que
pasan por Cabildo. A su ritmo, lento, lame sus patas y, en su idioma, pide una pizca de atención. Entonces, la señora rolliza de la mesa contigua al baño,
le arroja un pedazo de pizza: “mish, mish”. Pero el gato, muy sabio, ignora el gesto y mira hacia otro lado,
dejando en claro que su reclamo es más profundo que la ofrenda culinaria.
Resignada, la señora vuelve a su plato, a su mesa, a su pizza y su moscato; a
su pesada existencia, atada a la soledad de su silla, recostada sobre la pared
azulejada de la pizzería Burgio.
En la barra, pegada a la puerta de entrada, alguien pide un sifón y apura un Vasco Viejo rebelde: la Muzza y la Fainá en un cuadro prolijo; y el vino maldito que lustra ese lienzo. El gato ahora va y viene y festeja el silencio del salón vacío, tránsito obligado hacia el baño del fondo, templo sagrado para reparar las urgencias del que atraviesa el cemento en apuros.
En la barra, pegada a la puerta de entrada, alguien pide un sifón y apura un Vasco Viejo rebelde: la Muzza y la Fainá en un cuadro prolijo; y el vino maldito que lustra ese lienzo. El gato ahora va y viene y festeja el silencio del salón vacío, tránsito obligado hacia el baño del fondo, templo sagrado para reparar las urgencias del que atraviesa el cemento en apuros.
Frente a la quietud del salón, la barra es ritmo y vértigo: hombres de carácter, piel curtida, de trajes raídos y portafolio negro, se abalanzan con frenesí sobre sus porciones de pizza. Y quien come aquí, en este bodegón con mayúsculas, riega el asunto con un vino o cerveza, sin pretensiones. El día fue largo y el viaje de vuelta a casa exige una parada obligada para reponer fuerzas.
En la tele, el fútbol y el grito de gol de tanto macho de gustos simples; afuera Belgrano y sus chicas con glamour, sus tiendas de ropa cool y tanto nuevo rico de piso con amenities y colegio bilingue con cuota en dólares.Aquí la Muzza se pega a la pizzera y el aceite inunda los platos. La señora rolliza pide otro moscato y las tres porciones de Napo ya son historia. Un mozo canoso y de gruesos bigotes, bien presto, le acerca la cuenta y levanta su plato silbando un tango imposible.
"Horacio, no llego a la carnicería. El dentista me atrasó el turno una hora y vuelvo a las nueve. Comprá un kilo de Nalga para Milanesas", vocifera al celular una doña que entró a Burgio para ir al baño. Otra grande de Muzza sale del horno, el 9 de Olimpo se pierde un gol increíble solo frente al arco vacío; Cabildo se enciende a esta hora, el gato ya duerme y el Moscato caliente exige otro hielo.
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